En los últimos años, la política paraguaya ha sido testigo del auge de los llamados outsiders: figuras provenientes del mundo empresarial, mediático o social que irrumpen en la arena política sin haber recorrido el largo y sinuoso camino de la militancia partidaria. Esta tendencia, que no es exclusiva de Paraguay, responde al hartazgo ciudadano ante una clase política desacreditada, pero también plantea serios interrogantes sobre la solidez institucional y la representatividad democrática.

Nombrar como candidatos a personas sin trayectoria política puede parecer una bocanada de aire fresco frente al desgaste de los partidos tradicionales. Sin embargo, el costo de esa “renovación” puede ser alto. La falta de experiencia en el manejo del poder, en la negociación legislativa o en la administración pública suele traducirse en improvisación y dependencia de los viejos cuadros partidarios, que finalmente terminan manejando los hilos del poder desde las sombras.

Para los políticos de carrera, la irrupción de outsiders supone un agravio simbólico. Quienes dedicaron años a construir una base partidaria ven cercenadas sus oportunidades por figuras que llegan impulsadas por el marketing y el financiamiento privado. El mérito político, en este escenario, es reemplazado por la popularidad efímera.

La gran pregunta es si los outsiders están realmente capacitados para captar las inquietudes del pueblo y transformar esas demandas en políticas públicas sostenibles. Gobernar exige conocimiento técnico, visión estratégica y capacidad para administrar relaciones de poder entre los diversos estamentos políticos, económicos y sociales. No basta con carisma ni con discursos de ruptura: se necesita saber cómo funcionan las estructuras del Estado y cómo articular intereses muchas veces contrapuestos.

En el Partido Colorado, históricamente estructurado sobre la lealtad y la disciplina interna, la postulación de un outsider genera tensiones profundas. Por un lado, puede ser vista como un intento de modernización o de acercamiento al electorado independiente; pero, por otro, representa una amenaza al orden establecido y al poder de las bases partidarias que exigen “conscripción política” como garantía de fidelidad.

Al final, el fenómeno outsider interpela a toda la sociedad paraguaya: ¿queremos líderes nuevos a cualquier precio, aunque carezcan de compromiso partidario y visión institucional, o preferimos reformar desde dentro un sistema corroído pero aún capaz de producir dirigentes formados? La respuesta definirá si la política paraguaya camina hacia la regeneración democrática o hacia una peligrosa improvisación revestida de novedad.

 Realizado por Héctor Sosa Gennaro